Pedagogs abans que intèrprets

De todas las escisiones que perturban al ser humano, la más dramática para el músico es sin duda la que lo divide entre músico o pedagogo. Parecen dos tareas ajenas, impermeables entre sí, muchas veces regidas por metas incompatibles y actitudes contrarias. El músico siente que todos los esfuerzos que realiza para ser un instrumentista mejor no repercuten directamente en que sea un mejor profesor, y todos los esfuerzos que realiza para ser mejor profesor no repercuten en que sea un mejor instrumentista. Y normalmente, y precisamente fruto de esta escisión interior, suele ser en verdad así. El violinista mejora su técnica pero no mejora con ello su capacidad de enseñar la técnica del violín, y el profesor de guitarra aprende a realizar una programación pero eso no le hace progresar con su instrumento. Esta situación es muy triste si pensamos que, como consecuencia lógica de ello, el músico debe elegir entre invertir su tiempo y su esfuerzo en mejorarse como instrumentista y dejar a la rutina sus actuaciones como profesor, o dedicar todos sus esfuerzos a formarse pedagógicamente y por tanto “abandonarse” como instrumentista, incluso dejar de tocar totalmente el instrumento. Esta escisión impide el desarrollo de potencialidades que quedan totalmente inhibidas a causa del conflicto.

El malentendido fundamental suele estar originado por un concepto erróneo y muy limitado de lo que es un músico-intérprete e igualmente limitado de lo que es un profesor de instrumento. Por supuesto que practicar escalas durante 30 minutos diarios no nos hace mejores profesores, ni hacer una programación nos hace mejores instrumentistas. Pero esto es solamente cierto si ambas tareas son realizadas de una forma mecánica, inconsciente. Cualquier instrumentista que mejore su técnica instrumental a través de un proceso de sensibilización física y afectiva, con mente clara y escucha activa, y no a través de la repetición mecánica, estará desarrollando su capacidad de sentir sus procesos y dificultades y por tanto también los de otros. Cualquier profesor que realice una programación de forma inteligente y cuestionándose los criterios que hay detrás de cada obra que compone un proceso de aprendizaje, notará como le afectará a la hora de elegir su propio repertorio como instrumentista. En este acto no se habrán desarrollado cuantitativamente sus capacidades instrumentales, pero se habrá convertido  en un intérprete más reflexivo, menos rutinario y por tanto más creativo, capaz de ofrecer algo propio.

Así, través de la práctica consciente, el instrumentista ira desarrollando una capacidad de percepción que le ayudará a ser un profesor más agudo y efectivo. Y a través de la reflexión pedagógica, el profesor probablemente no tendrá más posibilidades de ganar concursos internacionales, pero se volverá un intérprete más sabio: ganará serenidad y seguridad a la hora de tocar, desarrollará capacidades más amplias y diversas en el instrumento; en definitiva, aumentará su conocimiento y su capacidad de disfrute.

Todo ello es posible si dejamos de erigir barreras en nuestro interior y permitimos el libre transvase de experiencias. Por ejemplo, en el momento de un concierto, un intérprete-profesor no debería interesarse solo por la dimensión puramente instrumental; debería también observar y conocer mejor sus procesos y recursos en ese momento crucial, como un científico que realizase un experimento fuera de sí mismo. Los descubrimientos que hiciese de este modo serían valiosísimos en sus planteamientos pedagógicos.

Es un hecho que la mayoría aplastante de los músicos son también profesores. Como actividad principal y regular o como actividad más esporádica, prácticamente todos los músicos se encuentran en algún momento de su vida en la circunstancia de tener que enseñar a alguien que quiere aprender de su experiencia y de sus habilidades musicales. Lo que vivimos como músicos marca nuestra actuación como pedagogos; nuestra tarea como pedagogos nos estimula ayudándonos a preguntarnos constantemente sobre nuestra propia relación con la música. Ambas facetas se enriquecen y estimulan, se nutren y desarrollan al mismo tiempo.

El auténtico músico guarda dentro de sí el momento en el que la música le hace olvidarse de sus limitaciones y sólo le recuerda que está vivo, expresándose a sí mismo a través de un sonido cambiante, siendo capaz de compartir esta experiencia con otros. El auténtico pedagogo se ofrece él mismo como campo de observación y transformación, sabedor de que su propia claridad será la antorcha que iluminará el camino de sus alumnos.

Por tanto, considerando que es imposible separar ambas facetas del hacer profesional del músico y que además existe la posibilidad de que se enriquezcan mutuamente, sería inútil realizar una reflexión pedagógica y dejar de lado al músico que es ese profesor de instrumento. Porque nadie puede hacerlo. Ni siquiera él mismo puede, como si de un rey Salomón se tratase, partirse por la mitad y pretender que su faceta como músico no es relevante cuando está enseñando. Muy al contrario, es la materia prima de todos sus comportamientos pedagógicos.

Sempre que m’han preguntat “i tu a que et dediques?”, la meva resposta inconscient sempre ha estat “sóc professor de música”.

El nostre perfil professional es va definint al llarg del recorregut acadèmic i/o professional, i fins i tot m’atreveixo a dir que sabem la direcció que volem (o creiem voler) agafar, però la vida ens porta a destins que segurament no imaginàvem al principi.

Durant la meva vida acadèmica he cursat dues titulacions, la de Pedagogia per a la Formació Musical Bàsica i General i la d’Interpretació de Teclats (Jazz i Música Moderna), ambdues a l’Esmuc, i actualment tinc la sort de compaginar la meva vida laboral en tots dos àmbits.

Des del primer moment la meva vocació era clarament dedicar-me a la docència, fent de la pedagogia la meva professió, segurament perquè em veia reflectit en alguns dels professors de música que vaig tenir i que em van marcar de per vida. Després vaig començar a sentir inquietud per nous estils de música que vaig descobrir al llarg de la meva vida d’estudiant (abans de especialitzar-me en jazz i música moderna només havia tingut la oportunitat d’estudiar música clàssica), fet que em va endinsar al món de la interpretació.

Tornant a la meva tesi inicial, la resposta sobre la meva professió crec que dóna per pensar, i crec que no només a mi, sinó a la majoria de persones amb qui comparteixo inquietuds. Ens hem de plantejar què som: professors de música o músics que fan de professors? Tot i que no imagino la meva vida posant la música o la pedagogia una al davant de l’altra, ja que per al meu creixement personal i per a la meva felicitat necessito compaginar ambdues professions, tinc clar el què sóc i vull ser: professor de música. Si matisés, podria desviar per la tangent el dilema i dir que quan treballo de professor sóc professor i quan treballo d’intèrpret sóc intèrpret, no m’importa mullar-me i defensar amb molta honra que abans que músic sóc professor.

La docència no pot ser entesa com una activitat merament lucrativa o d’últim recurs, és imprescindible tenir vocació per allò que fem; si no és així, fugim del rigor, la professionalitat, l’excel·lència i la qualitat en la nostra activitat professional. Segurament haureu sentit allò de “el qui val, val, i el qui no, ensenya”. M’agrada pensar que, poc a poc, aquesta dita va perdent sentit i es queda en un refrany d’antany. Avui en dia, les institucions educatives es preocupen cada cop més per trobar perfils professionals que s’interessin per la pedagogia i per dur a terme una docència de qualitat.

Sovint es diu que un docent no té la mateixa responsabilitat que un metge, ja que no juga amb la vida de les persones. Aquesta afirmació es vàlida només en una petita part, i és que no juga amb la vida de les persones a curt termini, però si a mitjà i llarg termini. L’educació és un dels pilars fonamentals en el creixement socio-cultural de les persones, i els professors de música hi intervenim molt directament. Un pedagog musical ha de vetllar per una bona educació de l’alumnat, per tal d’aconseguir una societat més justa, sensible, creativa i crítica. Això ho podem aconseguir a través de la música, que, com la resta d’arts, és una eina potentíssima per arribar-hi.

Els docents tenim una gran responsabilitat, i les persones que exercim ho hem de tenir clar. Si no tenim vocació per allò que fem i no creiem en la tasca que ens és encomanada, fem que la nostra professió perdi valor. Es una sort que l’Esmuc aposti clarament per la formació específica de pedagogia musical, ja que és imprescindible donar un espai formatiu a tots aquells estudiants que tenen aquesta vocació pública, la d’utilitzar la música (per tant, l’art) com a mitjà per a educar la societat. La tasca del pedagog musical fins i tot va més enllà, ja que si aconseguim musicalitzar la societat, incentivant l’apreciació i l’estima per la música, a llarg termini aconseguirem una societat que “consumeixi” música habitualment i que empleni uns teatres i unes sales de concerts que avui en dia, malauradament, encara estan massa buides.